"Ella escapaba a través de las páginas de sus libros y los mundos de fantasía que creaba por las noches. Un amigo nos presentó y tras tomar su mano pude ver sus ojos resplandecer en aquella tarde gris. El ruido de los autos, las voces de la gente, el golpeteo de las gotas en los tejados, por un instante enmudecieron. Supe que era especial, algo que difícilmente se materializa ante la vista de cualquier soñador. Más allá de conocerla, más que aislar sus miedos, sus sombras y conquistar su corazón, era ver la vida a través de ella, verlo todo con otros ojos, unos que me hacían creer que el mundo era más amable, un lugar maravilloso, en el que no existía algo que pudiera dañarte, el sentirte tan vivo e invencible. Un hombre y su escudo de plata. Guardé muchos lugares y escenas con recelo en mi memoria, conjugando tantos verbos en su piel, su voz y su sonrisa. Le extraño. Aún le amo, pero hice de ese lugar de no retorno el punto de partida de caminos tan opuestos pensando que así la salvaría de todos mis demonios".
Se le veía todas las noches en el balcón, la vista perdida en el cielo y una lágrima que bordeaba la fisura de sus ojos. Yacía mudo, como si su alma levitara en un espacio apenas visible para el corazón más puro. Sollozaba y a lo lejos se oía un murmullo, un nombre y un “te quiero” tan profundo que la brizna detenía su tránsito. Dícese que de su boca sale cada mañana un “quédate” jamás pronunciado en el momento exacto. -Sueños inconclusos. Nokpilop
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