Empiezo a enfadarme con este sordo corazón, le he dicho que se detenga, que ha sido suficiente; escudriña mi mente por completo y uno a uno va organizando los recuerdos en una secuencia casi perfecta. Los más intensos los deja fluir por las noches, cuando el silencio sobrecoge la ya inútil voz de la razón, es allí, cuando el mundo se me torna tan carente, amargo, como si la pinceladas de un loco pintor hubieran olvidado otorgarle color a esas dos personas que observo en las estaciones, los parques o en el camino de regreso a casa. Sé de memoria sus lugares predilectos y les veo desaparecer cuando algo llama mi atención. Juegan, sonríe, suspenden promesas en el aire, lucen felices, no son habitantes de este tiempo, mis ojos lo saben y por eso se desbordan como si con ello todo volviera a florecer.

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