Empiezo a enfadarme con este sordo corazón, le he dicho que
se detenga, que ha sido suficiente; escudriña mi mente por completo y uno a uno
va organizando los recuerdos en una secuencia casi perfecta. Los más intensos
los deja fluir por las noches, cuando el silencio sobrecoge la ya inútil voz de
la razón, es allí, cuando el mundo se me torna tan carente, amargo, como si la
pinceladas de un loco pintor hubieran olvidado otorgarle color a esas dos
personas que observo en las estaciones, los parques o en el camino de regreso a
casa. Sé de memoria sus lugares predilectos y les veo desaparecer cuando algo
llama mi atención. Juegan, sonríe, suspenden promesas en el aire, lucen
felices, no son habitantes de este tiempo, mis ojos lo saben y por eso se
desbordan como si con ello todo volviera a florecer.
Se le veía todas las noches en el balcón, la vista perdida en el cielo y una lágrima que bordeaba la fisura de sus ojos. Yacía mudo, como si su alma levitara en un espacio apenas visible para el corazón más puro. Sollozaba y a lo lejos se oía un murmullo, un nombre y un “te quiero” tan profundo que la brizna detenía su tránsito. Dícese que de su boca sale cada mañana un “quédate” jamás pronunciado en el momento exacto. -Sueños inconclusos. Nokpilop
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